Marta dejó de trabajar en la peluquería donde
había estado durante dos años y empezó a dedicarse a las tareas del hogar; él
trabajaba en un taller de mecánica. A medida que pasaba el tiempo, la joven
veía más y más coartada su libertad, no salía prácticamente de casa, se
dedicaba en todo momento a mantener el piso impoluto, incluso tenía que pedirle
permiso a su pareja para quedar con sus amigos. Pero él siempre le decía que
quedaba mucho por hacer y que saliendo "rompía el bienestar de la familia".
Pasaron dos meses desde que vivían juntos y Marta
se quedó embarazada. Ya había perdido todo el contacto con sus familiares y
amigos y ahora no tenía otra misión que satisfacer a su pareja. Cuando nació su
primera hija, el trabajo se duplicó. El estrés y el cansancio por tenerlo todo
siempre a punto y así evitar ser apaleada pudieron con ella. Perdió mucho pelo
y llegó a pesar 38 kilos con 28 años. En ese momento, Marta llamó al teléfono
del Ministerio de Sanidad contra el maltrato, que le puso en contacto con la fundación
Centro Mujer, pero asistía a las citas esporádicamente y a escondidas por miedo
a que él pudiera enterarse.
Todo cambió un día que
tuvo una discusión muy fuerte con su pareja y que su hija, de tan solo tres
años, presenció. Hubo golpes hacia su madre de por medio, lo que hizo llorar a
la pequeña. La mirada de la niña le bastó a Marta para reaccionar y a la mañana
siguiente aprovechó un descuido del agresor para hacer las maletas y huir.
Cogió a la menor en brazos y a su hija de 9 años de la mano y bajaron corriendo
las escaleras. Cuando salieron a la calle, él se dirigió hacia ellas y al
instante Marta empezó a gritar pidiendo auxilio. Dos vecinos lo detuvieron,
pero ninguno llamó a la policía.
Marta, finalmente,
ingresó en Centro Mujer con 32 años. La psicóloga con la que hablaba en un primer momento se encargó
de instalarlas en su nuevo dormitorio y le presentó a los trabajadores sociales
que la atenderían junto con cinco chicas más víctimas de violencia machista. Al
principio, Marta tenía mucho miedo y era incapaz de culpar a su pareja por lo
que le había hecho, al fin y al cabo pensaba que si se portaba así era porque
"algo habría hecho ella".
Los dos asistentes
analizan su caso, la tratan ocho horas diarias para que el resto del tiempo
pueda pasarlo con sus hijas. Recibe una atención integral durante seis meses,
que es cuando la trasladan a una casa de acogida. A los doce meses de estar en
su nueva casa, empieza a trabajar en hospitales, donde conoce una nueva
realidad: el personal la ve como víctima, no como una persona que se ha ganado
el puesto de trabajo con su esfuerzo. El día a día es un combate, sin embargo,
Marta se adapta a su nuevo yo gracias
a la ayuda de los profesionales y al apoyo de sus hijas.
Los trabajadores sociales
le han hecho comprender que ella no es la culpable del maltrato, que está en
juego, no solo su integridad física y psíquica, sino también la del resto de
personas de su ámbito personal y familiar y que el miedo es lo que le impide
ver el riesgo real que corre. Hoy es una persona distinta, que se ve con la
capacidad de ayudar a otras mujeres que están pasando por lo mismo. Es por ello
que combina su trabajo con las charlas que imparte en distintas asociaciones,
como Amigas Supervivientes, y centros educativos, donde se dirige a niños y
niñas de 14 a 17 años y trata de romper con la idea del "príncipe
azul". Además, ha participado en congresos promovidos por el Grupo de
Actuación contra los Malos Tratos (GAMA) de la Policía Local de Valencia y ha compartido su experiencia en uno de los primeros
seminarios impulsados por el cuerpo municipal, los cuales se enmarcan en el
proyecto europeo Wowpower.
Marta
sabe que hay mucho trabajo por hacer, ya que todavía hoy hay miles de mujeres como ella. Solo en
la Unión Europea, alrededor de 13 millones han sufrido violencia física por
parte de su pareja en el último año. En España, un 12 por ciento la han vivido
alguna vez desde que tenían 15 años.
La protagonista, además del maltrato físico, sufrió
previamente dos años de maltrato psicológico por parte de su pareja, que
considera mucho más dañino, ya que hay heridas en su interior que jamás se
podrán curar. Durante este período, su novio ejercía un total control sobre dónde
y con quién iba, le decía que debía ponerse y la insultaba cuando lo
contradecía. Le anuló la opinión, la capacidad de decidir por sí misma. Frases
como "si no eres para mí, no eres para nadie" y las amenazas, se
repetían constantemente. Su mayor miedo era que las cumpliera.
Según el informe Jóvenes
y Género. El Estado de la Cuestión, realizado por el Centro Reina Sofía
sobre Adolescencia y Juventud de febrero de 2015, el 33 por ciento de las
mujeres españolas han pasado por una situación de dominio, control,
comportamientos abusivos, chantaje y miedo por parte de sus parejas, sin llegar
a la violencia física.
Pero la consideración y el tratamiento del maltrato
psicológico es mucho más complicado, más invisible, tanto para los medios de
comunicación como para la justicia. José Antonio Burriel, Presidente de la Asociación No Más Violencia de Género,
considera que el trato que se hace de este tema es deficiente. “La violencia
psicológica es la antesala de la física. Cuando un hombre le dice a una mujer
con quien no puede salir, la controla o la amenaza con poner en peligro su
integridad, la de sus hijos o la de él mismo, también es una agresión",
argumenta Burriel. Añade que la violencia física suele llegar cuando los
maltratadores creen que han perdido el control, cuando piensan que su única
forma de dominación es la agresión física. "Pero la represión, las
prohibiciones y el temor llegan primero", concluye.
No obstante, ante el poder judicial estas
acusaciones son mucho más difíciles de demostrar y las penas suelen ser menores.
Además, se considera imprescindible para comenzar cualquier proceso judicial
que la mujer interponga una denuncia, pero el miedo que sienten lo impide en
numerosas ocasiones. Muchas de ellas acuden a centros especializados a pedir
ayuda, pero sin la denuncia no se les protege de ninguna forma, ni siquiera se
investigan los hechos. Como dice Burriel, se les debería dar un mayor soporte a
las víctimas o conseguir que la denuncia llegara por otro medio, como algún
allegado.
Aunque existen mayores facilidades a la hora de
denunciar en casos de violencia de género, todavía son muchos los trámites a
seguir para que una víctima vuelva a reinsertarse en la sociedad. Elena
Martínez, directora del Grupo investigador en violencia de género de la
Universitat de València, explica que hasta el año 2004 que se aprueba la ley de
violencia de género, una denuncia ante
la policía o los jueces no era válida porque se consideraba que este tipo de
conflictos debían resolverse en el ámbito familiar. En este aspecto, los psicólogos
especializados tienen un papel clave, pues de ellos depende que la mujer comprenda
la importancia de denunciar a su agresor. Una vez se da este primer paso,
explica la directora, se puede llegar a una posterior rehabilitación de la víctima.
Los psicólogos, sin embargo, no son los únicos
actores sociales capaces de solventar la violencia de género. Hay un problema
de raíz y es el conjunto de prejuicios machistas que persisten en la sociedad debido
a una larga tradición patriarcal. Desde la educación
en casa y en el colegio hasta la historia, los anuncios y el lenguaje sexista,
contribuyen a la desigualdad de género y su normalización, tal y como considera
Vicente Pedrón, psicólogo de la Asociación Psima (Profesionales Sociales en la
Intervención del Maltrato), vinculado al Departamento de Psicología Social de
la Universitat de València.
En
el mercado laboral, la brecha
salarial entre ambos sexos se amplía para las mujeres mejor remuneradas.
En Europa en 2010, el 10 por ciento de las trabajadoras en la parte más
baja de la escala salarial ganaban 100 euros menos al mes que el 10 por ciento
de los hombres en la misma posición. A la inversa, el 10 por ciento de las
mujeres que percibían salarios más altos ganaban 700 euros menos al mes que el
10 por ciento de los hombres mejor remunerados. Una tendencia similar fue
observada en los 38 países analizados por el último Informe Mundial sobre
Salarios de la OIT.
Ante el panorama actual se necesitan respuestas políticas
y medidas de concienciación social con repercusión desde la infancia. La igualdad
de remuneración entre hombres y mujeres debe ser estimulada, incluso
combatiendo los estereotipos sobre los papeles y las aspiraciones de las
mujeres, luchando contra los prejuicios sexistas en la estructura salarial y en
las instituciones que fijan los salarios, promoviendo una distribución equitativa
de las responsabilidades familiares, y reforzando las políticas relacionadas
con la maternidad, la paternidad y el permiso parental, señala la docente en
violencia de género por el ADEIT, Elena
Terreros.
Por su
parte, Elena Martínez
cree que es fundamental un nuevo modelo comunitario, donde hombres y mujeres sean
conscientes de dónde están los límites. Esta fase de concienciación debe
extenderse para prevenir las sucesivas etapas de la violencia de género que, en
el peor de los casos, conllevan la muerte de la víctima, determina la directora
del Centro investigador de la Universitat.
La ciudadanía debe estar concienciada y aquí es
donde entra en juego el papel de la educación. Martínez considera a los jóvenes
como una pieza clave en el desarrollo de una sociedad más igualitaria. “Ellos
son el futuro. Son los que deben sacar a la luz los restos del machismo
patentes en nuestro día a día”, añade.
La realidad demuestra que las campañas políticas
destinadas a denunciar la violencia de género presentan carencias, pues, como
afirma Burriel, la mayoría de mujeres
que son víctimas las observan impasibles sin comprender que ellas están siendo
maltratadas. Para Elena Terreros, estas campañas deberían ir encaminadas a
explicar qué es un maltrato y dejar claras las medidas de protección para
reducir así el número de víctimas que no son conscientes de serlo y actuar en
consecuencia. Una vez se ha interpuesto la demanda queda el trabajo más arduo.
Marta decidió enfrentarse al problema, cogió a sus
hijas, salió de casa y denunció, pero ¿qué iba a ser de ellas? José Antonio
Burriel asegura que después de una denuncia es cuando más atención se requiere.
En ese momento, la víctima es más vulnerable porque ha visto que su proyecto de
vida se ha desplomado. Además, el agresor adopta una actitud más violenta cuando
es consciente de que lo han denunciado.
Elena Martínez cree que es necesaria una mayor
actuación institucional y aumentar el seguimiento de las víctimas, ya que en
algunos casos retiran la denuncia por miedo e inseguridad sobre todo. "Lo
primero que debe entender la mujer es que no tiene porqué ser víctima; más
tarde llegarán los recursos de reinserción", agrega la directora del Grupo
investigador en violencia de género de la UV. La cuestión que se desprende a
continuación se relaciona precisamente con la forma de aportar los recursos.
En la Asociación de Ayuda a la Mujer Maltratada de
la Universitat de València inciden en que no existe un perfil exacto de mujer
maltratada, puesto que cualquier mujer puede ser víctima de violencia machista,
independientemente de su clase social, nivel de estudios, ingresos, procedencia
familiar, etc. No obstante, desde la misma Asociación se establecen las
características psicosociales de la mujer maltratada que acude a los Servicios
Sociales, a la Policía, etc.
Atendiendo a parámetros como la edad, el estado
civil, el número de hijos, la formación, la ocupación, el tiempo de maltrato y
el inicio del mismo, la Asociación concluye que, en general, se trata de
mujeres de entre 26 y 40 años, casadas, con hijos que pueden ir de dos a
cuatro, con estudios primarios, en paro o amas de casa y que padecen el
maltrato durante cinco y hasta diez años, el cual se inicia al principio de la
convivencia o con el nacimiento del primer hijo o hija. Como recalca la
psicóloga Terreros, estos son los parámetros que se tienen en cuenta para
atender de una forma u otra a la víctima y satisfacer sus necesidades.
Por su parte, medidas como las de inserción laboral,
incluidas en la Ley de 1978, consisten en un programa de orientación y
educación que permite a las víctimas
obtener una cualificación básica y una posterior experiencia práctica.
Entre las propuestas se encuentran también los incentivos para favorecer el
inicio de una nueva actividad por cuenta propia, incentivos para las empresas
que contraten a mujeres en esta situación y también un programa de movilidad
geográfica, donde podrán optar a subvenciones de desplazamiento.
Sin embargo, el programa para lograr la completa
reinserción laboral de una mujer maltratada es insuficiente. El Presidente de
No Más Violencia de Género critica la actuación de la Administración para
favorecer que una mujer maltratada acceda a un puesto de trabajo. Como le
sucede a Marta, son personas que arrastran la palabra víctima y desempeñan un puesto de trabajo determinado en el que difícilmente
pueden ascender. “Se les debería desvincular de su pasado, ofreciéndoles la posibilidad
de volver a ser mujeres con pleno derecho de trabajar”, argumenta Burriel.
Por otro lado, los medios de comunicación, junto con
la familia y la educación, son un importante canal de socialización e influyen
directamente en el público a la hora de tomar decisiones y adoptar ciertos
modelos de conducta. El psicólogo Vicente Pedrón cree que la esfera mediática ha avanzado mucho en el tratamiento de la
información sobre violencia de género pues, además de visibilizar la
problemática social latente, subrayan la dureza de la persecución, la investigación
y la actuación policial contra los agresores. No obstante, aún queda camino por
recorrer para que los medios de comunicación sirvan como herramienta de
prevención de la muerte o de la agresión de mujeres por parte de sus parejas.
El estigma asociado a ciertos colectivos de mujeres, la dosis de
sensacionalismo para captar la atención del público y la vulneración del
derecho a la intimidad de las víctimas son errores que se deberían mejorar si
se persigue acabar, definitivamente, con este maltrato, de acuerdo con las
recomendaciones publicadas por el Consejo
Audiovisual de Andalucía y la Unió de Periodistes Valencians.
Ya sea en los medios, en la educación o por parte de
las instituciones, Elena Martínez remarca la importancia del “cuéntalo” antes
que del “denúncialo", algo que sí está presente en la campaña contra la
violencia de género de este año. No solo eso, sino que incide en la violencia
machista entre adolescentes. Este tipo de violencia ha sufrido un aumento en
los últimos años, especialmente entre los menores de 24 años. El 4 por ciento
de las adolescentes de entre 14 y 19 años han sido agredidas por el chico con
el que salen o salían y casi una de cada cuatro se ha sentido coaccionada,
según las estadísticas del Consejo General del Poder Judicial. Los datos no
mejoraron en 2013, cuando la cifra de menores agresores que fueron juzgados
aumentó un 5 por ciento.
Por este motivo, es imprescindible el trabajo de los
cuerpos policiales y de organizaciones como No Más Violencia de Género,
responsables de ofrecer la información necesaria
sobre cómo identificar un comportamiento de malos tratos o qué hacer para salir
de tal situación. Burriel afirma que las jóvenes de 15 o 16 años en muchas
ocasiones no saben lo que es tener una relación sana y basada en la igualdad.
Por el contrario, consideran “normal” que sus novios no quieran que lleven
faldas cortas o que les controlen el WhatsApp. Por lo que, añade, "es
esencial incluir en las aulas una educación basada en las relaciones afectivas".
El informe Jóvenes
y género. El estado de la cuestión muestra que el 24,2 por ciento de los
jóvenes de entre 12 y 24 años piensan que cuando una mujer es agredida por su
marido es porque ha hecho algo para provocarlo y que está bien que los chicos
salgan con muchas chicas, pero no al revés. Los jóvenes reproducen “lo que ven
en su entorno, en sus casas e, incluso, en los medios de comunicación como programas
del corazón, series iberoamericanas o publicidad donde se predican los
estereotipos de la mujer florero y el hombre que tiene que atraer a todas las
mujeres”, explica Burriel.
769 mujeres asesinadas en los últimos diez años en
España y 1.900 llamadas de ayuda por parte de adolescentes a la Asociación de
Protección a la Infancia y Juventud ANAR, en Valencia, confirman que hay mucho
por hacer en materia de igualdad. Marta ha conseguido rehacer su vida, está
empleada y colabora para evitar que otras chicas repitan su experiencia. Cree
en el cambio, pero en un cambio que solo es posible si aporta su granito de
arena.