lunes, 16 de diciembre de 2013

Mi generación perdida y yo

Este soy yo, aun que parezca una foto de reseña judicial, la tomamos para el periódico de mi universidad: Sergio Arboleda, Santa Marta

De donde yo soy, San Luis Beltrán, corregimiento de Tenerife en el Magdalena, uno de esos tantos pueblos de gente pujante y trabajadora; que se halla perdido a la margen derecha (también los hay a la izquierda) del río Grande de la Magdalena y el monte, llegar a la universidad es un lujo que pocos de mi generación se han dado. No porque para ellos la educación sea una perdedera de tiempo ni mucho menos, es solo que la vida los llevó por otros caminos y el devenir de los días, los hicieron escoger otros oficios.

De donde soy y los de mi generación, los que crecimos viendo los partidos del Parma de Asprilla y el Bari del ‘Niche’ Guerrero; los que nos enamoramos del ciclismo viendo al trágicamente fallecido Marco Pantani mostrar de qué estaba hecho, en el Tour de Francia, Giro de Italia y Vuelta a España; esa generación hoy perdida en el río y la ciénaga del Cacique Sura, se levantó imitando las travesuras del Tom Sawyer y moviendo la antena para sintonizar bien Caballeros del Zodiaco, lamenta cada diciembre haber seguido el oficio de su abuelo, papá, tío y hermano mayor: pescador.

De donde soy y ésta, mi generación, esos que hoy tienen al igual que yo 26 años y estuvimos mucho tiempo en la guardería de Betza, casi no me recuerda. Muchos de esos primeros amigos de infancia y travesuras, pasan por mi lado como si yo fuese un desconocido, sin saber o más bien, sin imaginar que yo soy uno más, soy igual a ellos y cuando regreso a mi pueblo, quisiera reunirme con todos, recordar aquellos momentos, que espero nunca olvidar, no importa donde me lleve el trabajo, el viento y la marea.
Esos, los de mi generación, piensan muchas cosas de mí, pero nunca me las dicen. Tal vez por mi condición de universitario, se autoflagelan y pasan por mi lado apenados. Esos, que cada diciembre me hacen sentir avergonzado, porque soy el único que rompió la tradición y nunca ha pasado una noche entera pescando a la luz de la luna, la brisa fría y a merced de los mosquitos ganándose la vida. Esos, nunca entenderán cuán decepcionado estoy de mí mismo por nunca haber aprendido a pescar.

De donde soy, y los de mi generación, podría decir sin equivocarme y apostar sin temor a perder, no saben el significado de una tesis meritoria ni el trabajo previo y las noches de desvelo (y peleas conceptuales con el compañero y tutor) que uno debe pasar para lograr ese reconocimiento, pero, lo que más me duele, es que no saben ni se imaginan que muchas cosas hechas por mí hasta hoy, han sido para mostrarles a ellos el camino por donde deben transitar sus hijos.

Los de mi generación, esos que ya me olvidaron y me miran como un extraño, tal vez no sepan lo que por mi mente pasa cada vez que veo fotos del pueblo y en el fondo diviso una cara conocida, que a pesar de las secuelas del sol y el rigor del trabajo, reconozco y me lleva a momentos de aquella infancia feliz, donde corríamos descalzos por la arena blanca y caliente de la plaza, esa misma que un día cualquiera antes de yo nacer, el río dejó sin iglesia, sin colegio, sin nada.


A pesar del tiempo y el espacio que nos separa, yo sigo siendo parte de esa generación perdida, que un día cualquiera decidió en masa abortar la idea de estudiar y dedicarse a tener hijos y pescar. Solo espero que algún día, muy a pesar de que ellos me consideran superior o inferior, me vuelvan a admitir en ese grupo de jóvenes (ya no tan jóvenes y tampoco inmaduros) a los que en nuestro primer día oficial en un colegio público, nos echaron a todos por insoportables.