Este soy yo, aun que parezca una foto de reseña judicial, la tomamos para el periódico de mi universidad: Sergio Arboleda, Santa Marta |
De donde yo soy, San Luis
Beltrán, corregimiento de Tenerife en el Magdalena, uno de esos tantos pueblos
de gente pujante y trabajadora; que se halla perdido a la margen derecha
(también los hay a la izquierda) del río Grande de la Magdalena y el monte, llegar
a la universidad es un lujo que pocos de mi generación se han dado. No porque
para ellos la educación sea una perdedera de tiempo ni mucho menos, es solo que
la vida los llevó por otros caminos y el devenir de los días, los hicieron
escoger otros oficios.
De donde soy y los de mi
generación, los que crecimos viendo los partidos del Parma de Asprilla y el
Bari del ‘Niche’ Guerrero; los que nos enamoramos del ciclismo viendo al
trágicamente fallecido Marco Pantani mostrar de qué estaba hecho, en el Tour de
Francia, Giro de Italia y Vuelta a España; esa generación hoy perdida en el río
y la ciénaga del Cacique Sura, se levantó imitando las travesuras del Tom
Sawyer y moviendo la antena para sintonizar bien Caballeros del Zodiaco,
lamenta cada diciembre haber seguido el oficio de su abuelo, papá, tío y
hermano mayor: pescador.
De donde soy y ésta, mi
generación, esos que hoy tienen al igual que yo 26 años y estuvimos mucho
tiempo en la guardería de Betza, casi no me recuerda. Muchos de esos primeros
amigos de infancia y travesuras, pasan por mi lado como si yo fuese un
desconocido, sin saber o más bien, sin imaginar que yo soy uno más, soy igual a
ellos y cuando regreso a mi pueblo, quisiera reunirme con todos, recordar
aquellos momentos, que espero nunca olvidar, no importa donde me lleve el
trabajo, el viento y la marea.
Esos, los de mi generación,
piensan muchas cosas de mí, pero nunca me las dicen. Tal vez por mi condición
de universitario, se autoflagelan y pasan por mi lado apenados. Esos, que cada
diciembre me hacen sentir avergonzado, porque soy el único que rompió la
tradición y nunca ha pasado una noche entera pescando a la luz de la luna, la
brisa fría y a merced de los mosquitos ganándose la vida. Esos, nunca
entenderán cuán decepcionado estoy de mí mismo por nunca haber aprendido a
pescar.
De donde soy, y los de mi
generación, podría decir sin equivocarme y apostar sin temor a perder, no saben
el significado de una tesis meritoria ni el trabajo previo y las noches de
desvelo (y peleas conceptuales con el compañero y tutor) que uno debe pasar
para lograr ese reconocimiento, pero, lo que más me duele, es que no saben ni
se imaginan que muchas cosas hechas por mí hasta hoy, han sido para mostrarles
a ellos el camino por donde deben transitar sus hijos.
Los de mi generación, esos
que ya me olvidaron y me miran como un extraño, tal vez no sepan lo que por mi
mente pasa cada vez que veo fotos del pueblo y en el fondo diviso una cara
conocida, que a pesar de las secuelas del sol y el rigor del trabajo, reconozco
y me lleva a momentos de aquella infancia feliz, donde corríamos descalzos por
la arena blanca y caliente de la plaza, esa misma que un día cualquiera antes
de yo nacer, el río dejó sin iglesia, sin colegio, sin nada.